Hubo un tiempo en el que Sally creía en los unicornios, en las bestias parlantes y los príncipes brillantes.
La era de azúcar cayo cuando la salvadora de los niños, se develo a si misma como una gran mentira. Mostrándose la naturaleza de una bruja o tal vez un demonio que nos había pintado lo que siempre quisimos ver.
Nuestra hada madrina traía consigo recomendaciones y chispas que daban para confiar, pero también fallas, torpezas, metidas de pata, asuntos sucios y millares de desconfianzas.
El rostro era desordenado, torpe y muy poco meticuloso.
Sally, ¿donde quedo toda tu astucia? Era sospechosa esa falta de letras, de seguridad, de imágenes.
Admites que igual que el pueblo fuiste cegada por esas monedas de oro tan cercanas que parecías ya tener.
Solo nos quedan reproches, de todas las cosas obvias que vimos pero no hubo razón para cuestionarlas, una nueva puerta estaba abierta y finalmente parecía fácil, tener al alcance de la mano, lo que nos costaría mucho en términos legales.
Ahí estaba el detalle, pobres ilusos, no era legal, nunca hubo nada real, solo un truco para obtener una pequeña porción de nuestra inocencia.
Se fue, claro esta, pero en su lugar vino la experiencia y sobre todo desconfianza.
Ahora, Sally observa cada ojo ciego de la ciudad, en busca de verdadera honestidad, sin descuidar donde pisa, a donde va y con quien se da.
En el pueblo corre la vergüenza libre por las calles, huye la bestia, llora el príncipe y se esfuma la bruja.
Todos aseguran que no volverá a pasar, ya que somos mas valiosos que todo su oro, que todas sus mentiras y enredos.
Sin embargo, la herida no sanara pronto porque los ojos blindados siguen mirando al horizonte en busca de la seguridad que se perdió.
Yo se muy bien que nunca volverá, pero ya vendrá algo a cambio, nos salvaremos a nosotros mismos.
Demasiado lujo, era vulgar.
¿cuántas veces perdemos la inocencia?
ResponderEliminar¡salú!
Lucía
Y cuantas sean necesarias.
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